jueves

TEATRO REAL

Esta Semana he ido a la Ópera.
Concretamente al Teatro Real.
¡Que escaleras, que mármol, que alfombras, que maderas!
¡Que bien van vestidos los Acomodadores!
He visto y oído Tancredi, de Rossini.
La obra se sitúa en Siracusa, durante un asedio de los Sarracenos.
Dejando al margen que Tancredi me parece el héroe más memo, inseguro, inútil e indeciso que Rossini tuvo que pasar a una partitura, y que su novia: Amenaide, era una llorona compulsiva, la ópera pintaba bien.
Pero eso si: A buenas horas iba a estar yo en Siracusa, a merced de los sarracenos, con semejante caudillo.
Todo funcionaba muy bien hasta que llegó el primer Recitativo.
Como saben ustedes, los Recitativos son piezas declamadas, acompañadas por Piano o Clave.
Son como Raps del Siglo XVIII.
A mi, no es que me gusten o disgusten. Es que me irritan.
El primero lo aguanté.
En el segundo, bostecé.
En el tercero, me fijé en mis vecinos y descubrí con horror lo que más me molesta: ¡Un abrigo de Visón!
En el cuarto ya no pude más e interpelé a la propietaria del abrigo:
- ¿Sabe cuantos animales han muerto para que usted lleve ese abrigo?
- Varios - me contestó la muy descarada - sin contar con mi marido, que le dió un infarto al ver la factura.
En el quinto recitativo, utilicé mi peor intención para decir:
- Todas esas muertes las lleva en su conciencia.
- No señora - me respondió, con una sonrisa - Mi conciencia tiene uno de Astracán.
En el sexto recitativo, acabamos en la Comisaría.
Allí nos dimos a conocer e incluso nos hicimos íntimas amigas.
Resultó que era Marquesa de algo y pariente lejanísima de mi cuñado.
Volví a mi hogar. Madrid no deja de sorprenderme.