miércoles

LAS FALLAS

Ustedes ya conocen las sensaciones que me produce la llamada Semana Santa.
En particular, el recogimiento espiritual que logran los llamados atascos en mí alma.
El pasado año ya hablé sobre ellos, así que este año estudié detenidamente donde se iba a producir el atasco con mayor grandiosidad: Valencia o Sevilla.
Al final me decidí por Valencia: También influyó que no conocía las Fallas.
El viaje fue maravilloso. Horas y horas de meditación, silencio, quietud y paz.
Está sensación no era compartida por mis compañeras de viaje: Mi psicóloga griega, mi amiga/enemiga Sara Cravate - y su asistente Lina.
Estas no paraban en sus quejas, lo cual profundizaba mi recogimiento.
Llegamos justo a la llamada "Mascletá"
¿Como se lo podría definir?. Tal vez si se imaginan estar en Hirosima y Nagasaki a la vez, pero en Domingo y Occidental, se pueden hacer una idea.
Presenciamos el espectáculo sin pestañear.
Era formidable observarnos: Quietas. Solemnes. Elegantes. Las cuatro resaltábamos sobre el humo y la devastación.
Tal fue el impacto de nuestra presencia e imagen, que se acercaron distintas personas y finalmente decidieron concedernos el Cuarto Premio al Mejor Conjunto Fallero del Barrio.
Esto nos congratuló, hasta que nos avisaron que dicho Premio no llevaba consigo el indulto, con lo que en la Noche de la Cremá, la cosa se ponía peligrosa.
Decididas a no acabar como los Caballeros del Temple - por muy de moda que esten - dejamos que oscureciera y abandonamos Valencia sigilosamente.
En el viaje de vuelta - para mi disgusto - no había atascos.
Otro año será. O no.